Soy vicepresidenta de la RedBol, una organización de base comunitaria, organizada a nivel nacional. No todas las personas que tienen VIH forman parte o quieren formar parte de nuestra institución porque aún sienten el peso del estigma.
Tenemos sedes en todos los departamentos de Bolivia y durante la cuarentena nuestras coordinaciones y actividades se vieron incrementadas, por lo que redoblamos esfuerzos con el fin de atender las solicitudes que surgieron de todas las personas que forman parte de la red. Uno de estos requerimientos fue gestionar que se realicen las pruebas para carga viral y recuento de CD4 (linfocitos que ayudan al sistema inmunitario a combatir infecciones). En mi caso, por ejemplo, no tengo mi prueba de carga viral desde abril del 2019, no sé cuánto tengo del virus, espero que sea indetectable.
Tengo una compañera que tiene una carga viral de un millón y tantos y no hace mucho su carga era indetectable. Ella está en una situación de riesgo alto de llegar a sida. Lastimosamente, no comprende bien qué es la carga viral y la importancia de que este valor se mantenga bajo. Para ayudarla suelo hacerle un seguimiento a los resultados de sus laboratorios. Ella me lee las cifras y yo trato de orientarla, pero en esta temporada de pandemia no pudo realizarse estos controles.
Por otra parte, en este tiempo hemos notado que muchos compañeros que habían dejado el tratamiento han decidido tomar sus medicamentos porque se vieron susceptibles frente a la COVID-19, al ver que tienen una enfermedad de base crónica.
Tarija es una ciudad pequeña y el tabú de hablar sobre un diagnóstico seropositivo aún es muy grande. Yo soy una persona pública, no tengo miedo de decir que vivo con VIH, pero hay otros compañeros que no pueden hacer lo mismo y se ven obligados a pasar por algunas dificultades, especialmente para acceder a sus tratamientos.
Lamentablemente, en Tarija todavía hay un estigma sobre las personas que viven con VIH y, en medio de los controles por la pandemia, es muy complicado estar justificando nuestra condición ante cualquier tipo de consulta de las autoridades. Para ir a recoger nuestros medicamentos debemos pasar varios retenes y controles, es incómodo tener que inventar excusas o tener que romper la confidencialidad para evitar problemas.
Tarija es una ciudad pequeña y es difícil mantener el diagnóstico en reserva. Más aún con la cuarentena y con el riesgo que eso representa. Hay muchos compañeros que viven con el VIH, pero trabajan en primera línea, en farmacias, la municipalidad u otros sectores que no han parado sus actividades. Ninguno de ellos pudo acogerse al decreto que ordena que las personas con enfermedades crónicas o de base pueden cumplir con sus funciones mediante teletrabajo para no revelar su diagnóstico. Por suerte, en mi caso, en mi trabajo se comunicaron conmigo para decirme que no debo ir a trabajar, porque así lo establece la norma.
Vivo en el Plan Tres Mil, en Santa Cruz de la Sierra. Soy parte de la Red de Hombres Gay y Bisexuales Positivos de Bolivia. Durante el primer mes de confinamiento no había forma de ir hasta los centros para recoger nuestros medicamentos. Algunas personas vivimos en zonas alejadas y era imposible movilizarse con tantas restricciones, además de que corríamos el riesgo de contagiarnos con el coronavirus. Desde nuestras organizaciones nos organizamos y conseguimos que se dispongan algunos vehículos del Programa para VIH para la distribución de medicinas, pero no se puede llegar a todos los compañeros.
Tengo mucho miedo sobre lo que me pueda pasar en medio de la pandemia, no he salido de mi casa para nada. Soy portador del VIH, pero también tengo otras patologías, entonces me da un poquito de pánico salir. Gracias a Dios soy diseñador gráfico y trabajo desde casa. No es mucho lo que gano, pero sí estoy trabajando.
Nos hace falta alimentación. Es importante para toda la gente que vive con VIH estar bien alimentados para tener bien las defensas. Las canastas del gobierno que hemos recibido no aguantaron casi nada. No da para vivir tanto tiempo confinado con 500 bolivianos (unos 72 dólares al cambio). Mi mamá vende cenas en la noche y con eso nos estamos apoyando un poco.
Hemos pedido a las autoridades que nos apoyen con canastas familiares, pero no nos respondieron. Hay compañeras y compañeros que son de escasos recursos y la están pasando muy mal porque no pueden trabajar.